Millones de móviles, cámaras digitales,
ordenadores, tabletas y demás artilugios electrónicos acaban cada año en
la basura común, lo que supone un enorme peligro para la salud y el
medio ambiente, advierte Naciones Unidas.
El problema va a más: si en el año 2000 se produjeron alrededor
de 10 millones de toneladas de desechos electrónicos, ahora son unos 50
millones, equivalente a ocho veces el peso de la gran pirámide egipcia
de Guiza.

La basura per cápita producida varía según la riqueza y consciencia
ambiental de cada país, y va desde los 63 kilos que genera un catarí,
pasando por los casi 30 de un estadounidense, los 23 de un alemán, los
18 de una español, los 9 de un mexicano, los 7 de un brasileño o los 620
gramos de un maliense.
Muchos aparatos electrónicos, que tienen una vida cada vez más corta, están cargados de metales pesados muy dañinos para la salud.
Materiales como el plomo, el mercurio, el cadmio o el zinc pueden
ser una fuente contaminante a largo plazo si no se los recicla de forma
adecuada.
Algo que sólo se hace con una mínima parte de toda esa basura, según denuncian desde Naciones Unidas y grupos de protección del medioambiente.
La Oficina
de Naciones Unidas para el Desarrollo Industrial (ONUDI), con sede en
Viena, calcula que en 2016 los países en desarrollo producirán ya más
basura electrónica que los industrializados.
Un desafío añadido porque esas naciones cuentan con menos medios para abordar el problema.
Para dar una respuesta a esta situación, la ONU ha lanzado la
Iniciativa StEP, con el objetivo de promover la reutilización y aumentar
el ciclo vital de los productos electrónicos.
Ruediger Kuehr, secretario ejecutivo de StEP, reconoce que aunque
éste es un problema medioambiental subestimado, al menos comienza a
figurar en la agenda política internacional.
"Estamos muy al inicio, por el momento no podemos decir que estemos en el buen camino, pero al menos está abriéndose paso en la agenda política", explica Kuehr
"Quienes toman decisiones políticas, como los Gobiernos, son
conscientes de que esto es una bomba de relojería y de que se deben
tomar decisiones", asegura.

"Los consumidores no son del todo conscientes del desafío que
supone la basura electrónica", ya que consideran que es un problema
lejano, que afecta a quienes desmantelan los equipos de forma
rudimentaria en África o Asia.
Y aunque ese tipo de reciclaje en precarias condiciones es muy peligroso, sólo es una parte del problema.
La cuestión de fondo es que "sólo una pequeña parte del material
electrónico se recicla en países como Alemania, Reino Unido o Estados
Unidos", recuerda Kuehr.
Si en el mundo desarrollado la falta de reciclaje electrónico se
debe a la escasa concienciación, en los países en desarrollo es por
simple ausencia de infraestructuras para ello.
Kuehr afirma que algunas empresas tecnológicas han comenzado a
tomar "cierta responsabilidad sobre la basura electrónica generada"
mediante distintos programas, pero carga sus críticas en el consumidor
que demanda tecnología al menor coste posible.
"Hay que criticar al consumidor, que sólo quiere la última
tecnología por muy poco dinero. Y eso se traduce en que es muy difícil
de reparar o es de muy baja calidad, lo que reduce la vida de estos
productos", subraya.
"Si levantaran la voz y dijeran que quieren equipos baratos pero
también que se puedan reparar y renovar para que sirvan mejor en el
futuro, porque son conscientes de las implicaciones ambientales,
entonces las compañías responderían", asegura.
Por eso, Kuehr aboga por campañas públicas y educativas para
concienciar sobre este problema y sobre su impacto en el medio ambiente,
y aclara que si no se da respuestas a esta situación "será difícil
crear innovaciones tecnológicas sostenibles" en el futuro.
Para este experto, el objetivo a largo plazo es "cerrar el ciclo y
llegar a un modelo sostenible", en el que las empresas puedan crear
nuevos equipos utilizando materiales de los antiguos.

Otro problema es la exportación ilegal de basura tecnológica
desde los países ricos, especialmente de EE. UU. y Europa, a los pobres,
donde esos residuos pone en riesgo la vida de los trabajadores que
desguazan los equipos sin la debida protección.
Según estimaciones de la Agencia Europea de Medio Ambiente, al menos 250.000 toneladas de desechos electrónicos salen cada año de la Unión Europea de forma ilegal como bienes de segunda mano, cuando en realidad son productos inutilizables.
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